viernes, 5 de julio de 2024

 


Orlando Pichardo

Barquisimeto, Estado Lara, Venezuela.

(1945-2015)

Fue un poeta y escritor quien en vida recibió diferentes reconocimientos tanto por su obra literaria como por su dedicación a las diversas ocupaciones en el qué hacer cultural en Barquisimeto y otras regiones del país. Fue merecedor del premio en la Bienal de Literatura Antonio Arráiz, Mención Poesía, en el año 1999. Su poesía ha sido publicada en numerosas antologías tanto en Venezuela como en otros países de Latinoamérica. Entre su obra poética destacan los libros: La palabra que tengo (1978), Delamar (1983), Calendario secreto (1994), Ofrendas al sol (2001) y Ella: la palabra (2005).



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En las siguientes páginas el lector caminará por senderos en los cuales el paisaje es cambiante. La poesía que nos ha dejado el Barquisimetano Orlando Pichardo es rica en matices, pero también en voces que se elevan producto de una fuerza verbal única que nace y se extiende desde sus versos más simples a los más elaborados.

En los textos que hemos propuesto a nuestros lectores, encontramos los elementos que tanto obsesionaron a nuestro poeta: la soledad, el olvido, la tristeza, la esperanza, la vida y la muerte; pero, más allá de ello, quisimos adentrarnos un poco más para descubrir, en su brevedad ─característica esencial de esta antología, tanto en contenido como longitud de cada poema─, otros temas que de alguna manera llamaron nuestra atención. Es así como, a partir de los vidrios rotos, hemos advertido la noche como espacio donde ocurre cierto tipo de magia; el viento como medio en el que nuestro poeta se monta a horcajadas para que lo lleve quién sabe dónde, quizá a esa calle donde una mujer hermosa dejó grabado su perfume, o tal vez a los predios de un espacio donde las estrellas se puedan agarrar como se agarra una taza de café por la mañana. En todo caso, las posibilidades son infinitas.

Más allá de esta aseveración, está el oficio, el tratamiento de las palabras, esas que a veces se resisten a tocar la hoja en blanco, pero que, una vez que lo hacen, comienzan a jugar, a dar vueltas mientras se combinan para formar voces. Cada uno de estos versos son piezas de vidrio, pero también pequeños huesos que, una vez dotados de sentido y gracia (musculatura), se acomodan de forma definitiva en la hoja para esperar esa luz que viene de afuera: el lector.

Como dijo nuestro querido amigo Alberto Hernández en uno de sus tantísimos escritos, la voz de Pichardo se sometió a muchas cosas, pero siempre con la condición de renovarse, ello para reflejar las palabras en ciertos lugares donde la cotidianidad persiste como la caída de agua hacia la piedra.

Es así como, en esta muestra que hoy queremos regalar a nuestros lectores, Pichardo entra y sale de algún tipo de sombra, de los infiernos diarios insalvables, incluso hasta de su mismo cuerpo, y esto marca su poesía de un contenido más humano, evidencia de un autor a quién siempre le importó lo que escribió no sólo desde lo estético sino también desde el sentir.

Finalmente, la palabra, su palabra, representa un vendaval equilibrado curtido de angustias, vidrios rotos, huesos y escombros que originan en nosotros cierto lamento, pero también la certidumbre de que tales destrozos pueden ser reparados.

 

El editor.


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