Orlando Pichardo
Barquisimeto, Estado
Lara, Venezuela.
(1945-2015)
Obras disponibles:
En las siguientes páginas el
lector caminará por senderos en los cuales el paisaje es cambiante. La poesía
que nos ha dejado el Barquisimetano Orlando Pichardo es rica en matices, pero
también en voces que se elevan producto de una fuerza verbal única que nace y se
extiende desde sus versos más simples a los más elaborados.
En los textos que hemos
propuesto a nuestros lectores, encontramos los elementos que tanto obsesionaron
a nuestro poeta: la soledad, el olvido, la tristeza, la esperanza, la vida y la
muerte; pero, más allá de ello, quisimos adentrarnos un poco más para
descubrir, en su brevedad ─característica esencial de esta antología, tanto en
contenido como longitud de cada poema─, otros temas que de alguna manera
llamaron nuestra atención. Es así como, a partir de los vidrios rotos, hemos advertido la
noche como espacio donde ocurre cierto tipo de magia; el viento como medio en el que nuestro poeta se monta a horcajadas
para que lo lleve quién sabe dónde, quizá a esa calle donde una mujer hermosa
dejó grabado su perfume, o tal vez a los predios de un espacio donde las
estrellas se puedan agarrar como se agarra una taza de café por la mañana. En
todo caso, las posibilidades son infinitas.
Más allá de esta aseveración,
está el oficio, el tratamiento de las palabras, esas que a veces se resisten a
tocar la hoja en blanco, pero que, una vez que lo hacen, comienzan a jugar, a
dar vueltas mientras se combinan para formar voces. Cada uno de estos versos
son piezas de vidrio, pero también pequeños huesos que, una vez dotados de sentido
y gracia (musculatura), se acomodan de forma definitiva en la hoja para esperar
esa luz que viene de afuera: el lector.
Como dijo nuestro querido
amigo Alberto Hernández en uno de sus tantísimos escritos, la voz de Pichardo
se sometió a muchas cosas, pero siempre con la condición de renovarse, ello para
reflejar las palabras en ciertos lugares donde la cotidianidad persiste como la
caída de agua hacia la piedra.
Es así como, en esta muestra
que hoy queremos regalar a nuestros lectores, Pichardo entra y sale de algún
tipo de sombra, de los infiernos diarios insalvables, incluso hasta de su mismo
cuerpo, y esto marca su poesía de un contenido más humano, evidencia de un autor
a quién siempre le importó lo que escribió no sólo desde lo estético sino
también desde el sentir.
Finalmente, la palabra, su
palabra, representa un vendaval equilibrado curtido de angustias, vidrios rotos, huesos y escombros que originan en nosotros cierto lamento,
pero también la certidumbre de que tales destrozos pueden ser reparados.
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